Carta al Diario Financiero "El Retorno de los Brujos"

En respuesta a la columna de Axel Kaiser del viernes 20 de mayo "El retorno de los brujos", nadie con dos dedos de frente podría refutar que las economías occidentales (incluida la de Chile) enfrentan un desafío de proporciones colosales.

Es que el paradigma del keynesianismo de endeudarse para crecer ha llegado a su fin. No hay más deuda que nos pueda salvar. La economía insumergible de los Estados Unidos se encontró con su témpano durante la crisis subprime de 2007-2008. Desde entonces todo ha sido contingencia, para evitar las consecuencias económicas y sociales de un derretimiento del sistema financiero. Este evento ha arrastrado a todas las economías desarrolladas las que ahora se encuentran en tratamientos intensivos o en proceso de quiebra. Poco podría faltar para que una agencia de ratings como Fitch, S&P o Moodys degrade a un gran país desarrollado a la categoría de riesgoso.

Por ahora el detonante del grito de "abandonen el barco" podría venir desde las bolsas, y ese día podría llegar a comienzos de julio cuando sepamos los efectos del terremoto de Japón sobre los resultados trimestrales de miles de empresas que se vieron desabastecidas de componentes claves, afectando su producción en todo el mundo.

El futuro se ve nublado tanto para inversionistas como asalariados, ya que el desafío es gargantúico y, como muy bien apunta Kaiser, solo un milagro de iguales gigantescas proporciones podría salvar a la economía global. Ese milagro no va a ocurrir. Aunque se impriman trillones de dólares, yuanes, yenes, o euros (como Estados Unidos, China, Japón y la Eurozona han estado haciendo) las economías globales deberán enfrentar el cercano y fatídico día en que sus respectivas economías y monedas se disuelvan en la oscuridad del espacio vacío.

El retorno de los brujos
Viernes 20 de mayo de 2011

Axel Kaiser

Occidente, estimado lector, está implosionando. Décadas de coporativismo y de programas de bienestar -esa fatal combinación entre servir a las élites económicas mientras se tranquiliza a las masas con asistencialismo-, lo han arruinado.

Hoy, Estados Unidos tiene más de un 100% del PIB de deuda pública real y el valor presente de sus obligaciones sociales -esas que prometen los políticos para ganar elecciones- asciende a siete veces el PIB. En Europa, en tanto, todos los estados, incluido Alemania, tienen un nivel de endeudamiento que sobrepasa con creces el límite permitido por el tratado de Maastricht. De ellos, varios están al borde de la quiebra. Pero es peor, porque el valor presente de las obligaciones sociales en la UE asciende a más de cuatro veces el PIB. Mientras tanto, a ambos lados del Atlántico los bancos centrales imprimen dinero sin freno, expropiándonos de paso a usted, a mí y especialmente a los más pobres de este planeta, en la creencia de que con un fraude monetario a gran escala lograrán salvar la situación.

Algunos advertimos desde el principio que había que dejar que el capitalismo funcione, que los bancos quebraran y que la recesión purgara el sistema de los excesos crediticios. Lo contrario, sostuvimos, empeoraría las cosas. Hoy, a tres años de keynesianismo, tenemos a Estados Unidos sumido en un patético debate en torno a si subir o no el límite del endeudamiento por enésima vez para evitar la clausura del gobierno federal. Mientras tanto, Europa lucha desesperadamente para no deshacerce como unión monetaria. Resulta -¡oh sorpresa!- que los rescates a Grecia fueron un completo fracaso. Ahora todos están peor: Grecia pensando en dejar el euro, todos más endeudados, la inflación desatándose y los portugueses estirando la mano.

La crisis final de Occidente es, salvo un milagro productivo sin precedentes en la historia humana, inevitable. Una crisis que forzará a millones a reducir dramáticamente su calidad de vida y que en el proceso generará caos social y derramamiento de sangre. Lo más peligroso sin embargo, es en lo que podría terminar todo esto. Y es que en la desesperación hasta los pueblos más civilizados creen en brujos. Y si hay algo que enseña la historia, es que estos retornan siempre en tiempos de caos prometiendo restaurar de un plumazo el orden y la prosperidad desvanecidos, es decir, aquello que las democracias occidentales han fracasado en asegurar producto de la irresponsabilidad y corruptibilidad de sus líderes. Basta con haber leído a James Madison y a Thomas Jefferson para entender esto. El primero nos advirtió que no hay peor enemigo para la democracia y la libertad que los grupos de interés. El segundo nos explicó que cuando los políticos caen en el juego de intercambiar prestaciones del Estado por votos, la corrupción del sistema se vuelve inevitable. De ahí que la integridad y responsabilidad de los líderes políticos sea tan importante. Sin ella, la democracia está destinada a autodestruirse.

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